Manso y Humilde

"Aprended de Mí, que soy Manso y Humilde de corazón"

19.05.2021

A mi manera...

¿Conocéis o habéis vivido la típica escena en que suena algo que se ha roto en la habitación donde hay un niño, y al oír el ruido, el padre o la madre van para allá, y en cuanto llegan, el niño dice "yo no he sido"?

Esto es lo que se llama justificarse cuando no te lo piden, lo que quiere decir que sabes que no lo estás haciendo bien. Esto pasa a menudo... pero con los adultos. Hace unos meses, al entrar en la parroquia, se me acercó un hombre, así, de repente, y me dice que él no cumple el ayuno de una hora antes de comulgar. A continuación, me suelta una retahíla de argumentos, engarzados según su propia medida, interpretados por libre, y basados en las "verdades" del "infalible" profesor Google. Después de semejante atraco, no pude por menos que reírme. No me reí de él, ojo, no me reí de él. Me reí de lo que soltó y de la situación. Y no lo dije más que: "¡Pero, alma de cántaro!" (esto es un poco de viejo de pueblo, pero me sale a veces, no sé por qué) "¡Pero, alma de cántaro! ¡Si te es mucho más fácil cumplirlo que organizarte todo ese cacao mental para no cumplirlo!".

Con la confesión, tres cuartos de lo mismo. Y esto de rehuir la confesión es como si tú vas conduciendo en tu coche, y un control de policía te para: "Buenas tardes, el carnet de conducir, por favor". Y tú, con respeto y convencimiento, le contestas: "Agente, he aprendido a conducir yo sólo, a mi manera, y me examino a mí mismo. No necesito que alguien me diga si soy apto o no para conducir. Es verdad que los demás se sacan el carnet de conducir, pero mi caso es diferente. Ya le digo que yo me examino a mí mismo".

También ocurre en temas como las relaciones sexuales antes del matrimonio, el aborto, la obligación de acudir a Misa cada domingo... Hay muchos que cogen y dicen: "Esto sí, esto no. Yo, a mí manera". Bueno, pues si lo haces así con estos temas, hazlo con todo. Tú, mañana, en tu puesto de trabajo, cuando tu jefe te diga: "Es necesario que esta semana hagas esta tarea y esta otra", tú, con respeto y convencimiento, le contestas: "Jefe, eso primero lo voy a hacer, por supuesto, me sale bien, y entiendo el por qué debo hacerlo. Con respecto a lo segundo, no lo voy a hacer, no me da la gana, porque no me gusta, no entiendo por qué debo hacerlo, y creo que con hacer lo primero ya es suficiente".

Y entramos en terreno fangoso cuando, por continuar con el ejemplo, el empleado añade: "Y además, fíjese en una cosa: los demás empleados sí hacen esa segunda tarea, pero son unos falsos, porque la primera la hacen regular, a mí me sale mucho mejor".

Al fin y al cabo, en resumen, se trata de esforzarse en ser coherente. Basta con que seas coherente con la Fe que te sale de lo más profundo de tu corazón y tu conciencia: ahí, en lo profundo, en ese lugar donde no te puedes engañar. Eso sí que es racional.

Ser coherente no es tan fácil. Requiere un esfuerzo. ¿Cuánto esfuerzo poner? Es lógico deducir que hay cosas que podemos hacer y cosas que no podemos hacer, porque se escapan de nuestra capacidad, pero resulta también lógico deducir que para la vida espiritual, la vida cristiana, dediquemos al menos el mismo esfuerzo que para las demás tareas y dedicaciones de la vida. Entonces, ¿cuánto esfuerzo poner en rezar, en cumplir con rectitud con lo que se nos manda, en practicar los sacramentos, la misericordia y la virtud cristiana? Pues piensa en las cosas que más te gustan: ir al cine, hacer deporte, ver una serie antes de acostarte, cocinar los fines de semana, actualizar tus redes sociales, ir de compras, hacer un viaje... lo que a ti te guste. ¿Cuánto empeño, tiempo, motivación y dedicación le pones? Pues emplea al menos lo mismo en tu vida espiritual, que tú sabes que es más importante. Lo digno, cuesta. Lo importante, cuesta. Cuesta un pequeño sacrificio, una pequeña renuncia. Dice Jesucristo: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha".

Hay una diferencia abismal entre poner toda la voluntad y el esfuerzo en cumplir con lo que se nos manda, pero no lograrlo, que directamente no querer cumplirlo, aduciendo cualquier historia para autoconvencernos. La diferencia es abismal, aunque el resultado sea el mismo. En el segundo caso, apelamos a la misericordia de Dios de manera ficticia, nos evadimos en una misericordia inventada y amoldada a nosotros; en el primer caso, sí podremos apelar con alegría a la misericordia de Dios.

Tienes a Dios siempre y constantemente poniéndote medios para santificarte: en lo bueno y en lo malo. A quien no aguantas, lo que no te gusta, lo que te pone triste y lo que te da miedo, son medios para santificar tu vida y ofrecer tu sacrificio para unirlo a Jesucristo. Y lo que te gusta y te agrada, y te hace feliz, son medios para acordarte de Dios y darle gracias.

Pero no desperdicies lo que Él te pone por el camino. La próxima homilía que escuches va dirigida a Ti. Sí, a Ti personalmente. No te evadas. No "rajes" del sacerdote, ni te pongas a juzgarlo. Saca fruto de lo que te va a decir. Algún fruto. Una frase, a veces, es suficiente. Lo mismo en la próxima confesión. También en el próximo libro que leas, sobre oración, sobre Fe, sobre vida espiritual. Tienes mensajes esperándote para Ti. Para Ti. No te pasará como ese que está en el confesionario: "Pues eso, Padre, como le iba diciendo, que me parece que todo el mundo me ignora... ¿Padre?... ¿Padre?... ¿Está usted ahí?".

Dijo Jesucristo a su apóstol Pedro: "Sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia: el poder del mal lo la derrotará". La obra de la Iglesia en estos más de veinte siglos es tan enorme e inabarcable, que cuando se la juzga con criterios humanos, es imposible entenderla. Cuando un científico anuncia que ha hecho un gran descubrimiento en la medicina, en la astrología, en la aeronáutica, o en otra ciencia, no conozco a nadie que vaya a él y le diga: "pero a ver, enséñeme cómo lo ha hecho, que yo creo que eso está mal". A uno le arreglan el coche, y no va al mecánico a decirle "me ha puesto mal la bujía, tiene que colocarla de esta otra forma". Uno va al médico y no le dice "usted no me ha operado bien la rodilla, tendría que haber hecho esto y aquello". Serían situaciones absurdas, más bien cómicas. Pues cuando la Iglesia -por medio del Papa o los Obispos- difunde al mundo sus cartas y consejos, multitud de cristianos se lanzan a cuestionarlas. Esto sí que es cómico.

Muchas veces es la vanidad lo que nos impide seguir a la Iglesia con rectitud. Vanidad es falta de humildad. Cada uno piensa que él mismo lo haría mejor o de otra manera. Es vanidad. "¡Vaya obra de arte! ¿Quién ha pintado esto?" "Oiga, eso es un espejo". "¡Ya decía yo!"... Vanidad. Sólo vanidad. Dice Jesucristo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón"... hace un par de años, en un retiro que dirigí en mi anterior parroquia, escuché la mejor respuesta que podría imaginar sobre el Magisterio de la Iglesia: un chico de treinta años, que acudía junto a su esposa -estaban recién casados-, en un descanso, en un pequeño debate que se formó sobre el porqué de un mandato de la Iglesia (sinceramente, no me acuerdo del tema en concreto), el chico dijo con total aplomo: "A mí no me corresponde ni siquiera el tener una opinión sobre ello".

Fíate. Fíate, porque sales ganando con toda seguridad. No te imaginas lo mucho que hay en juego. Fíate. Tómatelo con humor, mírate absurdo si quieres, y ríete. Pero fíate.


Hasta la semana que viene.

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